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Publicada en diario " Clarín", Buenos Aires, 12 de Agosto de 2003

HUNTER "PATCH" ADAMS LLEGO A LA ARGENTINA


El "doctor de la risa" alegró un hogar de chicos de Villa Lynch


El médico estadounidense visitará hospitales porteños desplegando su terapia del humor. .


Sibila Camps

La narizota colorada del "doctor de la risa" llegó a la Argentina. Fue lo primero que salió del avión, detrás de un sombrero con forma de tortuga y antes de que los zapatones trasladaran su colorido metro noventa por el Aeropuerto de Ezeiza. Tanto como para probarse, ayer, el médico estadounidense Hunter "Patch" Adams visitó un hogar para niños y adolescentes. Y desde hoy y hasta el jueves estará ejerciendo su terapia del humor en hospitales porteños.

Los 50 colegas de la agrupación Payamédicos que habían ido a recibirlo se quedaron cortos con las narices rojas y los silbatos: su huésped, de 58 años, lucía el atuendo completo. Los Payamédicos —quienes ya aplican sus conceptos en los hospitales de Clínicas y Udaondo— le habían escrito tras saber que haría una gira por Chile, Uruguay y Colombia.

Y Adams aceptó venir, pagándose sus propios gastos. No vino solo: tan disfrazado y largo como él, llegó su hermano "Wildman" (59 años). Y también sus hijos Lars y Zag, este último radicado en Chile.

Junto con algunos Payamédicos en uniforme de trabajo, los locos Adams irrumpieron en el hogar de Villa Lynch de la Fundación Alborada como un elenco de teatro infantil que se hubiera equivocado de escenario. Lo esperaban, sin mayores expectativas, algunos de los niños y adolescentes que la institución cobija en sus tres casas. Chicos abandonados, o que fueron víctimas de la violencia, o que vivieron en la calle. Chicos que se retoban ante la caricia, precisamente la principal medicina de "Patch" Adams.

Como lo sabe, hace de cuenta que lo ignora. Sacude el sombrero verde con forma de pato. Pone aún más saltones sus ojos celestes. Infla con la lengua el labio inferior. Imposible comprender lo que dice, no porque hable en inglés —pocas palabras: lo suyo es el gesto—, sino por la interacción entre la narizota y las morisquetas.

Saca un enorme chupete del bolsillo del muestrario de parches que es su saco. Con una mano enarbola un pescado de goma, con la otra aprieta contra sí a Andrés (14), que se deja querer. "Es mi amigo —explica—. Lo más importante es tener amigos". Y cuenta que contesta todos los e-mails, y escribe a mano unas 600 cartas por mes.

Adams se quita el pato de paño lenci. Un mechón azulado matiza el larguísimo cabello gris, sujeto con varias gomitas. Del lóbulo izquierdo cuelga un aro hecho con una mandíbula de zorrino. "Friend", dice un prendedor, cerca de una corbata con cabezas vacunas. Se pone serio frente al puñado de periodistas: "Los Estados Unidos tienen un nazi como presidente, y eso es muy peligroso. Lo que Bush está haciendo en los Estados Unidos hace que haya más chicos de la calle en la Argentina".

Vuelve a calzarse el sombrero y la narizota. "Ustedes lo toman como un trabajo, pero para mí es una manera de ser. No me pagan como doctor ni como payaso. Trato de la misma forma a mi mujer y a mis hijos". Y sale dando zancadas hacia los adolescentes que le refriegan su indiferencia en el metegol.

Los corre por toda la casa, los arrincona, los abraza sin claudicar. Los estrecha de a tres, hace un scrum de chicos, y otros más se le meten entre sus brazos interminables. Se pone a cantar María, de Leonard Bernstein. Torea a Carmen, la cocinera; se desparrama en el piso cuando le anuncian que debe irse. Ya no dice "a-mi-gou", sino "a-mi-go". Y cuando se va, aun los grandulones lo siguen. Pero el único que saca la lengua a las cámaras es Adams.

http://www.clarin.com/diario/2003/08/12/s-03101.htm