Publicada en Clarin.com, Buenos Aires, 8 de abril de 2013

 

Mitos y realidades de las catástrofes

Cuáles son las principales informaciones erróneas que circulan ante tragedias como la de La Plata.

 

SIBILA CAMPS.

La circulación de los mitos sobre los desastres causa daños psicológicos graves a los damnificados, altera las relaciones humanas en las comunidades, genera enormes pérdidas económicas y da lugar al derroche de esfuerzos humanos que serían necesarios en otras actividades.

Estos son los principales mitos que suelen difundirse en catástrofes como la que ocurrió en La Plata, y la explicación de por qué son erróneos:

Después de un desastre natural sobrevienen epidemias. Las epidemias no se producen espontáneamente después de un desastre. La clave para prevenir cualquier enfermedad es mejorar las condiciones sanitarias y educar a la gente.

Los desastres naturales no discriminan a las víctimas. Por lo general, golpean con mayor fuerza a los grupos más vulnerables, es decir, a las personas más pobres, y a los niños, los ancianos, las mujeres y las personas con discapacidad. Esto ocurre por dos razones: porque debido a su situación económico-social están asentados en zonas de riesgo –sumado al hecho de que sus viviendas también suelen ser precarias o más vulnerables–, y porque no cuentan con una estructura sociolaboral que les permita recuperarse con mayor facilidad.

Hay más muertos de los que se reconoce oficialmente y el gobierno oculta la cifra real. Este mito puede tener cinco orígenes, no necesariamente excluyentes:

• La desconfianza hacia las autoridades, que se acrecienta cuando la catástrofe era evitable o prevenible, y las autoridades hicieron poco o nada para que no ocurriera o para reducir los riesgos o los efectos. Se basa en un mecanismo psicológico llamado desmentida de la percepción: cuando a uno le dicen que lo que está percibiendo no es verdad, le modifican el registro de la realidad.

• A muchos sobrevivientes les fue tan difícil salvarse, que creen que otras personas que estaban en su misma situación o peor, seguramente deben de haber muerto. Otros creen que el número de víctimas es mayor porque, cuando rescataban a algunas personas, sentían llorar y gritar a muchas más, y no les alcanzaban los brazos para ayudarlas.

• La sensación de pérdida individual es tan grande, que sólo puede equipararse con un duelo igual a nivel colectivo.

• A veces, en el primer momento las autoridades dan una cifra estimativa exagerada de víctimas, porque se equiparan los daños materiales con las pérdidas humanas. Pero las personas tienen una capacidad de ponerse a resguardo, protegerse entre sí y salir de situaciones de peligro, que no tienen los bienes materiales.

• En cierto tipo de desastres, cuando la evacuación o autoevacuación masiva no han sido preparadas ni se realizan en forma organizada, sino que se producen como una desbandada o en medio del pánico, es frecuente que los integrantes de los hogares se dispersen y puedan volver a reunirse recién después de algunos días. Tanto las autoridades como los medios suelen hablar de desaparecidos, una palabra que, inmediatamente después de la tragedia, suele tener el significado de casi seguro que han muerto.

En un primer momento puede ocurrir que las autoridades den una cifra más baja de muertos, sobre todo debido al caos originado por la catástrofe. Aún cuando, en casos muy especiales, tuvieran interés en minimizar los efectos, es técnicamente imposible ocultar y/o trasladar cadáveres en una situación de tanta perturbación como ésta, sin que nadie se entere. Por el contrario, pronto comprenden que sólo la admisión pública de la magnitud del desastre les permitirá recibir ayuda para asistir a los sobrevivientes y reparar la infraestructura destruida o dañada.

Las catástrofes ponen al descubierto los peores rasgos del comportamiento humano. Pueden producirse casos aislados de comportamiento antisocial, pero la inmensa mayoría de las personas responde espontáneamente con gran generosidad y solidaridad, y abundan los héroes anónimos. Si bien puede haber algunos casos de saqueos, los índices delictivos bajan siempre abruptamente después de una catástrofe. Resulta tan difícil como peligroso el robar en una casa inundada. Pero la sensación de pérdida total hace pensar en proteger lo irrecuperable; esta actitud de quedarse a cuidarlo entraña riesgos concretos y un rápido deterioro de la salud física y mental.

Se necesita cualquier tipo de donación y asistencia inmediata. Una respuesta precipitada que no se base en la evolución imparcial sólo contribuirá al caos. Es mejor esperar hasta que se hayan evaluado las necesidades reales. Por ejemplo, cuando realmente es necesaria la ayuda internacional, es preciso medir el valor del bien donado en relación con el costo del traslado. En estos casos, los ofrecimientos de ayuda deben ser consultados con las autoridades locales. Algo similar ocurre con las donaciones. Este mito suele estar potenciado por la difusión de noticias sobre desabastecimiento y/o acaparamiento, sumado a veces a la magnificación de eventuales saqueos. Cuando el desabastecimiento realmente existe, en una gran medida se debe a la destrucción de las rutas; por lo tanto, tampoco las donaciones podrán llegar a destino. Por otra parte, la sobreabundancia de ciertos bienes requiere de una gran estructura humana de voluntarios, que a veces no da abasto para canalizarlos.

Llegó muchísima ayuda solidaria y/o del gobierno nacional, pero las autoridades locales se quedan con buena parte, para repartírselo entre ellos o para revenderlo. El desvío de donaciones o de ayuda oficial ocurre en mínima medida. El mito se explica porque inconscientemente se magnifica la cantidad de lo enviado y se minimiza lo que le toca a cada uno. Frente a las dimensiones de las pérdidas –no sólo en lo material sino también en lo simbólico y lo afectivo–, todo lo que se recibe resulta poco.

La vida cotidiana vuelve a la normalidad en pocas semanas. Los efectos de un desastre pueden durar largo tiempo, incluso muchos años. Los países o comunidades afectados consumen gran parte de sus recursos económicos y materiales en la fase inmediatamente posterior al impacto. Los buenos programas externos de socorro planifican sus operaciones teniendo en cuenta el hecho de que el interés internacional se va desvaneciendo a medida que las necesidades y la escasez se vuelven más acuciantes.