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Publicada en diario "Clarín", Buenos Aires, 23 de Febrero de 2006

SALUD : LAS SIESTAS Y SU FOLCLORE

  Una costumbre arraigada en el interior del país  
 


Sibila Camps

Dos de la tarde, 40° a la sombra, y ni el árbol más viejo del pueblo conjura la resolana. En el noroeste, el polvo se hamaca en el aire. En el Litoral, la humedad perpetúa el sudor. Cualquier actividad sería temeraria. Sólo queda mantener la casa en una penumbra de velorio y dormir la siesta.

"En las calles de Buenos Aires no se ven, en las horas de la siesta, más que médicos y perros", describía un viajero francés en tiempos de la colonia. A medida que el Virreinato del Río de la Plata iba poblándose, la siesta fue echando raíces y desplegando su follaje semántico: siestear, echarse una siesta, hacer la siesta, mandarse una siesta.
Anestesiada por el chirrido de los coyuyos, se hizo larga en Santiago del Estero. "Siestas chamuscadoras/ de hombres, bichos y plantas,/ en patios arbolados/ se hacen agua 'e tinaja", describe Pablo Raúl Trullenque en la "Chacarera del patio". No es casual que el folclore santiagueño y el correntino sean los que cuentan con más canciones dedicadas al tema.

Manuel Castilla y el Cuchi Leguizamón compusieron el "Carnavalito del Duende", sobre el maligno niñito sombrerudo que se lleva a los más pequeños a la hora de la siesta. Casi todas las provincias tienen su propio personaje mitológico para respaldar el letargo de mitad de jornada.

El duende anda también por los cañadones de Tucumán. Probablemente derive del mikilo, una antigua deidad diaguita que siestea bajo las higueras y sigue robando chicos en La Rioja. Menos se lo ve por el monte santiagueño, territorio del sachajoy, un diablejo bueno que cuida la miel de las lechiguanas y despista a los hacheros para evitar la tala.

"La recuerdo a mi madre algunas tardes/ cuando cedo a la costumbre de la siesta:/ de chico era penado no dormirla/ con terribles temporadas sin vereda", escribió el rosarino Rafael Bielsa. Hasta su provincia y hasta el norte bonaerense llegaron los quince volados del vestido de La Solapa, donde la bruja entrerriana mete a los niños que se escapan a la hora de la siesta para hacer travesuras. Una función similar cumple en San Juan La Pericana, una hermosa mujer que se metamorfosea en lagarto.

Pero son las provincias del nordeste, donde el sol del mediodía intimida hasta a las lagartijas, las que crearon más guardianes mitológicos del sueñito. Algunos tienen origen guaraní, como el cuarajhí-yará, un enanito que rapta niños; el yasí-yateré, que hace lo mismo con los que matan pájaros; y el curupí, un demonio con un falo tan largo que lo enrolla en la cintura.

Desorientados por el cemento y espantados por los bocinazos, ya no avalan la siesta porteña. A veces se arriman todavía, los fines de semana, a algunos barrios.

 
  http://www.clarin.com/diario/2006/02/23/sociedad/s-03301.htm