Publicada en diario "Clarín", Buenos Aires, 8 de noviembre de 2011


Un violín único que durmió 83 años en su estuche y volvió a emocionar

Es un Guarnerius de 1732, que pertenecía a la colección de Fernández Blanco.

SIBILA CAMPS.

Hay que poner en forma a ese violín, mudo, quieto y ciego durante casi un siglo. Estuvo 83 años durmiendo en su estuche, dentro de una cámara del Museo Isaac Fernández Blanco, guardado bajo siete llaves, como corresponde a un Guarnerius de 1732 . Pero es un instrumento tan noble, que ni siquiera la bomba que en 1992 hizo volar la embajada de Israel, a pocos metros, le ha mellado su exquisito sonido.

Pablo Saraví sabe cómo tratarlo: además de concertino de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, es “catador de violines”. Es miembro de la Violin Society of America, y autor del libro Liutería italiana en la Argentina.

En ese país se construyeron los instrumentos de cuerda más afamados, sobre todo en Cremona. Allí vivía la familia Guarneri, cuyo taller estaba en la misma cuadra que el de Antonio Stradivari. Sin embargo, los Stradivarius se hicieron más famosos que los Guarnerius.

Quienes tocan un instrumento de cuerda no harían distingos entre unos y otros. A punto tal, que sus precios son igualmente pasmosos: en 2008, un Guarnerius del Gesù –los más valorados– se subastó en 4 millones de dólares, y otro está en venta en Chicago por 18 millones.

Violinista aficionado, Isaac Fernández Blanco lo adquirió en un remate en París, por 30.800 francos, una cifra más que respetable para 1900. Dos meses antes, en febrero, había muerto su dueño, el compositor y violinista Jules Armingaud, fundador del cuarteto que llevaba su apellido, que fue célebre en su época.

Si bien hoy se llama Museo de Arte Hispanoamericano, Fernández Blanco había iniciado su colección, hacia 1880, con instrumentos musicales. “En aquel momento, Argentina era una potencia agrícola, y la élite viajaba a París, donde Fernández Blanco también estuvo viviendo”, cuenta el director del museo, Jorge Cometti. Amaba tanto su Guarnerius, que en 1900 se hizo retratar con él por el famoso pintor francés Léon Bonnat.

Al regresar en 1901, se estableció en su casa de Hipólito Yrigoyen 1420 (entonces calle Victoria), que hizo ampliar y decorar por Alejandro Christophersen, uno de los grandes arquitectos de ese tiempo. Continuó comprando instrumentos y fue conformando las magníficas colecciones de platería, imaginería, pintura, documentos históricos, indumentaria y numismática, entre otras.

En 1922, Fernández Blanco donó todo ese patrimonio a la Ciudad y fundó el museo en su casa. Fue el primer museo privado de Buenos Aires, y él, su primer director. Tras su muerte, en 1928, el Guarnerius enmudeció. En 1943, el acervo fue trasladado al Palacio Noel, donde se encuentra ahora (Suipacha 1422), y la casa de la calle Hipólito Yrigoyen fue convertida en oficinas de la Secretaría de Hacienda.

Entre 1948 y 1958, la colección de instrumentos fue trasladada al foyer del Teatro Colón: 49 piezas –sobre todo cuerdas– y 20 arcos. Sólo el Guarnerius permaneció oculto y en secreto.

Lo que iba a ser un préstamo temporario, duró hasta 2006, cuando se decidió “gestionar la colección desde un punto de vista museológico: mejorar sus estándares de conservación, investigarla y exhibirla”, explica Cometti. En 1999 se había recuperado la Casa Fernández Blanco, que está siendo restaurada para ser la segunda sede del museo. Allí volverán los instrumentos, además de colecciones que hoy no están exhibidas.

El museo ya lleva varios años desarrollando una intensa temporada de música de cámara, con más de cien conciertos al año. En ese contexto fue convocado Pablo Saraví, para evaluar los violines. “Me costó creer lo que veía”, confiesa el músico, quien utiliza un Guarnerius Petrus que tiene en préstamo.

Coincidió con una visita del prestigioso luthier y restaurador argentino Horacio Piñeiro, radicado en Nueva York desde los ’70, quien hizo la puesta a punto sin cobrar un centavo. Tampoco cobró por poner en condiciones otros dos violines muy valiosos: un Santo Serafín (Venecia, c.1730) y un Gioffredo Cappa (Saluzzo, c.1690). Son más angostos a la altura de las efes –la “cintura” del instrumento–, y su timbre es más incisivo. El Guarnerius Armingaud/Fernández Blanco tiene un sonido más voluminoso, y más profundo en los graves.

Los tres podrán ser oídos en un CD que produjo Leila Makarius y que acompaña el libro de Saraví Un Guarnerius en Buenos Aires , gracias a la Asociación Amigos del Museo y a American Express, a través de la Ley de Mecenazgo. “Si hay otros instrumentos que merecen volver a la vida sonora, el museo va a hacer el esfuerzo –promete Cometti–. No cualquier mano puede trabajar con instrumentos de semejante valor”.

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