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Publicada en diario " Clarín", Buenos Aires, 23 de Enero de 2006

   
 

Todos construyen las casas de todos


 

Hombres, mujeres y chicos bajan de la camioneta y, con el paso lento de la maravilla, se encaminan hacia la casa de los Martín. "Vivimos en un ranchito pobre, que está que se cae", cuentan Sara Morales y Crescencio Mele. Siete personas en dos piezas y con letrina afuera.

Forman la avanzada de siete familias del paraje Costa de Ñorquinco, a 10 kilómetros al norte de Cushamen, y han venido para que el dueño de casa les enseñe a fabricar los ladrillos de suelo cemento (nueve partes de tierra y una de cemento). Es una técnica sencilla, económica y eficaz, la primera de las muchas que aprenderán construyendo sus propias casas.

El programa de viviendas bioclimáticas tiene componentes y objetivos que trascienden el techo y las paredes. Se conforman grupos de tres a cinco familias —todos construyen las casas de todos—, con lo que se busca fortalecer la organización social.

En cada obra los guía un albañil capacitador, lo que les brinda un entrenamiento que los preparará para conseguir trabajo, en una zona donde no hay escuelas de oficios. El programa del Instituto Provincial de Vivienda prevé asesoramiento para que organicen una cooperativa de construcción.

   
 


Con monitoreo universitario

 

El programa de viviendas bioclimáticas para los campesinos del noroeste de Chubut tiene un enfoque multidisciplinario. Una geógrafa y licenciados en ciencias políticas abordan el ordenamiento territorial. Dos pedagogas sociales, la transferencia de conocimientos. La Corporación de Fomento (provincial) realiza las perforaciones para el agua.

El Centro Regional de Energía Eólica investiga sobre energías renovables. Los médicos aconsejan sobre las condiciones sanitarias. Los ingenieros agrónomos del Programa Social Agropecuario (nacional) y del INTA asesoran sobre los invernáculos y las cubiertas para las majadas.

Las primeras casas tendrán sensores de temperatura y humedad, y serán monitoreadas durante dos años por las universidades nacionales de Salta y de Tucumán. Se espera crear en Cushamen un centro dedicado a la arquitectura bioclimática, y hasta un barrio solar para alojar a quienes vayan a aprender de la experiencia.

CALIDAD DE VIDA EN ZONAS POCO POBLADAS : UNA ARQUITECTURA PARA APROVECHAR LAS FUENTES ENERGETICAS NATURALES


Las primeras casas bioclimáticas en el sur, para pobladores rurales
 

En un paraje de Chubut, con temperaturas constantes bajo cero en invierno, se construyen viviendas en las que el sol funciona como estufa, cocina y calefón. Un molino eólico permite desterrar las velas.

 


Sibila Camps
CUSHAMEN. CHUBUT. ENVIADA ESPECIAL

La familia Martín está a punto de pasar del siglo XIX al siglo XXI. El puente será el mismo sol que reseca las matas que alimentan a sus ovejas y chivas, y el mismo viento que arranca paladas de tierra al desierto patagónico. Entonces se mudarán de su rancho oscuro y helado, a la casa bioclimática que ellos mismos construyeron, con la ayuda de sus vecinos.

Rancho y casa están en el mismo pago: el paraje Fofo Cahuel, a 18 kilómetros de Cushamen, un pueblo de 600 habitantes en el noroeste de Chubut. Y es apenas el prototipo de un ambicioso programa multidisciplinario, iniciado por el Instituto Provincial de la Vivienda para mejorar la calidad de vida de los pobladores rurales dispersos. En los próximos seis meses se pondrán en marcha 33 viviendas, de las que diez estarán terminadas en mayo.

"La base de la arquitectura bioclimática es la conservación energética", explica Edgardo Mele. Junto con la arquitecta Liliana de Benito diseñaron el prototipo, a partir de las necesidades expresadas por los futuros habitantes.

En una zona donde llueve 178 milímetros al año, el sol resulta el único combustible accesible para contrarrestar el bajo cero constante del invierno. En una vivienda con orientación adecuada, funciona como estufa, cocina y calefón. La ventilación cruzada y las chimeneas solares refrescan las tardes de verano. Y un molino eólico permite desterrar las velas y el farol a querosén (ver infografía). "Lo único que nos falta es producir biogás en el pozo ciego, para cocinar", anticipa Mele.

"Empezaron por lo que siempre quisimos tener. Gobierno que pasaba, le pedíamos la luz y el agua; el agua que bebemos, y para las plantas que queremos tener. Además, esta casa trae incorporadas cosas que no podíamos lograr, como carretilla, herramientas y pala. Y si no tenemos buena luz, no podemos armar artesanía", explica Mario Martín.

En parte por la tradición mapuche, en parte obligados por el aislamiento, los hombres curten y trenzan el cuero de sus aperos, riendas, bozales y rebenques. Las mujeres hilan y tejen su ropa de abrigo. Y ahora, con los nuevos sistemas de cocción, planean preparar quesos y dulces, para lo cual ya han hecho cursos. "Vamos a tratar de cocinar mucho mejor, cosas que acá no podemos, como tartas y facturas", se ilusiona Olga Flores de Jara.

Ha estado desde el primer momento moldeando los ladrillos de sus vecinos, y en pocos días ellos comenzarán a devolverle el favor (ver Todos...). "Pedíamos a Dios que nos tocara un día sin viento para poder trabajar, aunque sea una hora. Mientras no me pase nada, yo voy a seguir".

Olga, cuyo marido quedó ciego, no puede creer que dentro de pocos meses dejará de sacar agua del pozo —20 litros a puro pulso— y abrirá canillas. Que se bañará con agua tibia dentro de la casa, y no en una letrina. "Mi hijo va a la escuela, y lo que más le gusta es el baño", confiesa Mario. Fátima, su esposa, se entusiasma con el invernáculo junto a la cocina: "Ahora tenemos toda la comodidad para sacar la lechuga".

Clara, luminosa, con ventanas vidriadas, amplia: no se parece en nada a los ranchos de los paisanos. "Al principio nos asustamos al ver la forma que iba a tener la casa —confiesa Olga—. Pero era sólo cuestión de animarse, de hacer un esfuerzo y ponerse a aprender". Cocina, comedor y estar conforman un solo espacio de unos 28 metros cuadrados, concebido a partir de las costumbres de los paisanos. Olegario Huenchullán no lo duda: "Me voy a sentir cómodo, con los cinco chicos que tengo".

En La Rinconada, a 40 kilómetros al sudeste de Cushamen, Saturnino Tracamán anda por las primeras hiladas. "Empezamos a cortar ladrillos en marzo, y en abril ya no pudimos hacer nada. En invierno, la nieve nos dejó aislados: el año pasado nos quedamos casi sin vicio", cuenta, refiriéndose a las provisiones.

En diciembre todavía caen heladas, pero Saturnino aprovecha la larga luz austral y trabaja de 7 a 21. "Va a ser toda una nueva vida", imagina. Lejos de allí, en Fofo Cahuel, Mario pone el mismo empeño: "Sabemos que estamos haciendo las cosas bien, y nos dan ganas de terminarlas".

 
   
http://www.clarin.com/diario/2006/01/23/sociedad/s-02801.htm