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Publicada en diario "Clarín", Buenos Aires, 19 de Setiembre de 1998

HACE 25 AÑOS MORIA VICTOR JARA

 
El arte de un mito

 
  Fue un artista clave de la canción popular chilena. Lo mataron cinco días después del derrocamiento de Allende. Qué hizo. Quién fue.  


Sibila Camps

Hoy a las 12, hora de Chile, artistas y habitantes de Santiago marcharán desde la Morgue hasta el cementerio, para dejar una flor en el nicho de Víctor Jara. Su viuda, Joan Jara Turner, repetirá el vía crucis que recurrió hace 25 años, cuando un militante del Partido Comunista le avisó que entre cientos de cadáveres, alguien había reconocido el cuerpo del músico.

Diez años después, Joan escribiría en Víctor, un canto inconcluso, que estaba lleno de moretones, el pecho acribillado, una herida abierta en el abdomen y las manos colgando de los brazos en extraño ángulo, como si tuviera rotas las muñecas. Pero alguien echó a rodar el mito de que le habían cortado las manos. De que lo habían fusilado delante de 5.000 detenidos, y en el Estadio Nacional.

Joan supone que el calvario de Víctor terminó el 16 de setiembre de 1973, cinco días después del golpe militar que derrocó a Salvador Allende. Llevaba varias sesiones de tortura en el Estadio Chile, en los mismos camarines donde había calentado la voz antes de cantar para multitudes. Estaba, sí, con 5.000 prisioneros. Unos 600 habían llegado con él desde la Universidad Técnica de Chile, en cuyo Instituto de Teatro trabajaba como director escénico. Imposible que los militares no lo reconocieran: era famoso desde varios años antes de componer el himno de la Unidad Popular. Fue lo último que le escucharon cantar, desafiado por el segundo jefe del estadio, antes de la golpiza definitiva.

Hoy a las 20, por iniciativa de la Fundación Víctor Jara, siete emisoras santiaguinas y otras 23 del resto del país harán una cadena de media hora para difundir sus palabras y sus canciones. Quizá sirva para despejar el mito y recuperar al hombre y al artista, mucho más rico, trascendente y útil que la silueta del mártir.

La energía y la voz de Amanda, su madre –una cantora popular convocada a fiestas y velorios– deben de haber trasmitido a Víctor la alegría y la sonrisa con que lo recuerdan sus amigos de escenarios y militancia. Miseria, frío, el trabajo desde chico, las borracheras del padre, sus borradas, las palizas a su esposa: no había semillas de felicidad en ese hogar campesino de Lonquén (centro de Chile) donde nació, el 28 de setiembre de 1932.

Tenía 15 años y cursaba el comercial cuando el corazón de Amanda reventó a fuerza de trabajo. Hacerse seminarista fue como aferrarse a un madero. Aguantó dos años, que le sirvieron para aprender canto gregoriano. En 1953 ingresaba al Coro de la Universidad de Chile y, al mismo tiempo, iniciaba su intensa tarea de investigación y recopilación del folclore chileno.

Para Víctor, hablar con agricultores y artesanos, mineros y pastores, no era más que prolongar el ambiente de su infancia. Al mismo tiempo, el frecuentar los espectáculos universitarios lo impulsó a expresarse con el cuerpo. Estudió e ingresó a una compañía de mimos. Completó las carreras de actuación y dirección en la Escuela de Teatro de la Universidad. Allí conoció a Joan Turner, una bailarina británica que desde 1954 vivía en Chile.

Allí también conoció a Angel Parra y comenzó a frecuentar la casa de su madre. La célebre Violeta escuchó su voz diáfana y expresiva, y lo instó a seguir cantando. Víctor tenía un pie en el teatro y otro en la música: el grupo folclórico Cuncumén. Ya había dirigido en el exterior al elenco del Instituto de la Universidad de Chile cuando, en 1964, Angel y su hermana Isabel abrieron La Peña de los Parra.

“Al principio éramos cuatro: los hijos de Violeta, Rolando Alarcón y yo –recuerda Patricio Manns, de paso por Buenos Aires–. Víctor se sumó a los pocos meses, invitado por Angel. Cada uno era un cantautor: hacía sus versos, su música, sus arreglos, y cantaba con su guitarra todas las noches. Teníamos la obligación de estrenar una canción por semana. A la semana ya había cuatro cuadras de cola”.

Según resumió Angel a Clarín, “las razones por las que nos juntamos con Víctor son infinitas: amistad, militancia, política común, el amor por la música popular, por el folclore, por las cosas simples de este país. Ese espacio artesanal fue una aventura humana, tras fracasar el segundo intento de llegar al gobierno con Allende. A fines de ese año se unió Violeta, por pocos meses. El grupo ya llevaba varias giras por todo Chile.

Manns explica la conmoción cultural que provocaron: “Empezamos a hablar del hombre en el trabajo, en el amor, el egoísmo, la codicia, la desesperanza, la lucha, la aventura, en todas las funciones de su vida”. Para Víctor, que había pasado la adolescencia en una población y seguía visitando a sus amigos villeros, era como hablar de sí mismo. “Buscamos que la música expresara aquello que hasta entonces sólo se daba en la literatura –observa Manns–. Habíamos cambiado el aspecto, la música, la armonía. Todo lo que se consideraba la canción chilena se había ido al hoyo”.

Estando en Londres, gracias al British Council, Víctor compuso Te recuerdo Amanda. Manns fue el primero en escuchársela: “Me causó una gran conmoción, pues descubrí que la canción chilena estaba llegando muy lejos. Me hizo llorar”. Para Angel Parra, “Víctor era muy dulce y tenía una gran sensibilidad. Pondría su aporte a la altura de Yupanqui, por la sencillez y la profundidad de sus textos. Comienza con la canción campesina y la va trasformando sin violencia en una canción urbana con origen campesino. Le quita el machismo patronal que suele tener el folclore de ciudad, esa cosa de cartón piedra, para devolverle lo cristalino, lo poético”.

La peña fue el disparador de la nueva canción chilena. “Quilapayún nació en el living de mi casa –cuenta Angel–. Víctor fue dándoles un sentido de movimiento en el escenario, de estética, que ninguno de nosotros tenía”. Esto, sin olvidar la militancia en la Unidad Popular, que lo hizo embajador cultural en 1971 y le dio las mejores oportunidades creativas.

Cuando los desacuerdos lo alejaron de los Quila, en 1969, comenzó a modelar a los Inti Illimani. No lo olvidaron. “Era el más popular de los cantantes, y de los más comprometidos –afirma Jorge Coulon–. Ahora hay una especie de conspiración de silencio en Chile, su música se escucha más afuera”.

Los Inti han participado, junto con Peter Gabriel, John Williams, Paco Peña, María Farantouri y otros artistas, en los conciertos realizados este mes en su homenaje en Londres, Madrid y Dortmund, Alemania. “No queremos llorarlo –dicen–, sino celebrar su vida”.