Sibila CampsArtículos destacados
   


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"Clarín",
Buenos Aires, 7 de Enero de 2001.

 
 

los pueblos indígenas. primera entrega

 
 
Los argentinos más desconocidos
   
 

La serie de ocho entregas que empieza a publicar hoy Clarín sobre los pueblos indígenas intenta descubrir ante los lectores el universo de los 850.000 argentinos que son miembros de los 17 grupos étnicos que hay en el país.

El equipo periodístico integrado por Sibila Camps y Fabián Urquiza recorrió, sin contar los traslados en avión, más de 4.800 kilómetros por caminos que casi nada tenían de asfalto para llegar hasta comunidades donde la televisión, la radio, el diario y hasta el teléfono simplemente no existen.

En las notas y fotos que se produjeron en tres semanas de trabajo se nota un conflicto: el que provoca la diversidad de formas, propia de cada pueblo, de ver el mundo. Esos mundos, que son grandes aunque habiten lugares perdidos, son ricos en historias, leyendas, mitos, religiones, miserias, y también poesía. A pesar de la marginación de estos pueblos, no son notas de denuncia. Sólo intentan hacer lo mejor que sabe el periodismo: mostrar para que otros vean, comprendan, interpreten y, si es posible, actúen.

Mañana, la segunda entrega. Las mujeres tejedoras, la sexualidad y la educación para la salud.

   
   



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Los pueblos indígenas

Clarín, Buenos Aires, 7 de enero de 2001.


   
 

La historia pasa de boca en boca, pero la tierra sigue siendo ajena

 

Los Caprichos condensan un juicio implacable sobre el género humano. En ellos, Goya hace foco en las costumbres y creencias de los españoles de su época, para demoler sus vicios y mezquindades. (ver nota completa)

Un diablo para hombres y otro para mujeres

Las imágenes malignas adoptan diferente forma según el sexo de la víctima. A las mujeres se les aparece un gaucho de negro. A los hombres, una mujer toda de verde.
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Una mujer de verde

"A los changos se les aparece como una mujer toda de verde, con la pollera y el rebozo bien bordados y el sombrerito con muchos flecos -continúa Palacios-. Posee al hombre, lo aturde, ya siempre pecha p'al lao del monte y no puede vivir tranquilo. Se vuelve agresivo y actúa como otra persona".
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El mono maligno

Otro personaje maligno es el ucumar, un enorme mono que anda en dos patas por el bosque. El uco macho persigue a las mujeres, y la uca, a los hombres. Siempre los llevan a lugares impenetrables, donde los muelen a palos. En la selva también se esconde el overo (yaguareté), al que también llaman la muchila. "Casi no se deja ver. Dicen que no hay que mirarlo a los ojos, porque cuando te mira, te lleva p'al monte y te come -apunta Palacios-. El overo tiene arte: cuando lo querés balear, no le entra la bala; o no te sale el tiro, te quedás inmovilizado y temblás todo". (ver nota completa)

 


Los 17 pueblos indígenas

El Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) estima que en la Argentina viven al menos 850.000 aborígenas. El cálculo se hizo "a ojo de buen cubero" y cruzando datos brindados por varias fuentes que entienden en el tema, aclara el coordinador, Alejandro Isla.

El único censo específico se realizó en 1964, con criterios erróneos: abarcó sólo comunidades rurales y se olvidó de los kolla. Aun así, la cifra rondó el medio millón. Quedaron afuera los aborígenes que emigraron a núcleos urbanos, número que continúa en aumento.
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la experiencia comunitaria de la asociación tinkunaku


La lucha de los kolla por conservar sus tradiciones


 

Los kolla del noroeste salteño tienen una radio que transmite sólo en quechua. Y una chacra comunitaria donde trabajan por igual hombres y mujeres. Pero muchos de esos hombres deben emigrar en busca de trabajo.


 


Sibila Camps

"En Los Naranjos me advirtieron: 'No vayas a El Angosto porque te va a llevar el ucu. A un chango ya lo ha correteao'. Dicen que desde que estuvieron haciendo explosiones por el gasoducto, el ucu se ha venido para acá", explica Abel Palacios, dirigente de Tinkunaku. La variante de la leyenda del ucumar -un mono enorme que acecha en la selva de Yungas- simboliza la situación actual de los cuatro poblados kolla del noroeste de Salta: tradiciones centenarias de las que se sienten orgullosos, acorraladas ahora por la sangría del gasoducto Nor Andino.

Una cosa son las bombas de estruendo para ahuyentar a la michila -como llaman al yaguareté-, y otra las motosierras que avanzaron sobre San Andrés y sobre Varela, "donde están entrerrados los abuelos con sus pertenencias", señala Palacios.

Hasta hace dos años, eran pocos los conductores intrépidos que se largaban desde Orán, la ciudad más cercana, a riesgo de tener que pegar la vuelta ante el pedregal desmoronado por la lluvia sobre un arroyo. Aún hoy, por el laberinto de picadas que surcan el bosque y trepan por los cerros llegan gaseosas y golosinas, pero poca ropa: los kolla, sobre todo las mujeres, siguen prefiriendo las prendas hiladas o tejidas con la lana de sus propias ovejas. Medias y pulóveres espesos, pantalones de barracán, espaciosas polleras subrayadas con vivos de colores.

El cuidado de la majada y del puñado de vacas -que se repartirá como dote entre los hijos- marca geográficamente el compás de sus estaciones: la veranada, cuando el pasto crece en las laderas de los cerros, adonde se mudan los brazos útiles de la familia; y la invernada, cuando la nieve obliga a llevar a los animales "abajo", a sitios más protegidos. Por eso, el nombre completo es El Angosto de Paraní, o sea, el lugar de invernada y el de veranada.

"Abajo" es también el lugar del poblado y, por lo tanto, del centro comunitario donde entre todos barajan decisiones y proyectos. De la escuela, el almacén, la carnicería casi innecesaria. De la planta que potabiliza precariamente el agua que baja de la montaña. Del puesto sanitario sin heladera para las vacunas y el suero antiofídico.

"Abajo" es el lugar de la vivienda más sólida, donde se instala el telar, con la lana torcida durante las escarpadas caminatas de la veranada. De las siestas con rebuznos. De los amaneceres con desprolijos corales de gallos. De las mañanas agachados sobre brotes de pimiento y zanahoria, lechuga y tomate, cebolla y perejil.

"Abajo" están también el campito de fútbol y la cancha de vóley, de pasto emparejado por las ovejas. Los patios de tierra, con gallinas afanosas bajo árboles de lima, naranja, palta y durazno cuaresmillo. Las sillas bajas, adquiridas por trueque a un vecino que se da maña. Los aleros frescos, que no alcanzan a proteger al charqui del mosquerío. Los fogones donde se secan los panes de sal para el ganado, traídos vía Humahuaca desde las Salinas Grandes.

"Antes, los kolla estábamos dispersos. Esta urbanización viene de cuando Patrón Costas dijo: 'Estas son mis tierras y me tienen que pagar el arriendo, y si no, los voy a hacer echar por la Policía' -cuenta Enrique Canabiri, delegado municipal de El Angosto-. Si la tierra no es fábrica de tierra ni de agua, ¿por qué esta gente va a tener que pagar por su desarrollo?"

Fue en 1930, cuando Robustiano Patrón Costas, propietario del ingenio San Martín del Tabacal, era gobernador de Salta. Y dijo tener los títulos de la finca San Andrés, donde viven las comunidades kolla. "Muchos de nuestros hermanos han emigrado, porque si tengo que vivir trabajando para afuera, ¿cómo voy a poder superarme?", plantea Canabiri.

Lo hacen en la medida de las posibilidades y de la inseguridad colectiva. Dan prueba, en El Angosto, la radio comprada y montada entre todos, donde se habla en quechua, y la chacra comunitaria de citrus, paltas y mangos, carpida y regada por hombres y mujeres.

Así levantaron los kolla un tinglado para la escuela de Río Blanquito, dedicando cada familia la misma cantidad de horas de trabajo. "Acarrearon en forma manual ripio, arena, piedras, tierra. He visto a mujeres con el chico enquispado en un hombro y la bolsa de arena en el otro", cuenta la directora, Mercedes de Delgadillo.

Sigue admirando al pueblo adonde llegó como maestra hace 16 años. "Hay albañiles y carpinteros que se hicieron solitos, mirando. Y chicos de 8 años que saben cocinar y atender un parto. Les hacen un bien al enseñarles, saben sobrevivir". Les hace falta, cuando los mayores suben a la veranada o van al monte a juntar tomate silvestre, naranjas agrias o miel.

Pero la independencia tiene su contracara, a la hora en que el estrellerío infinito reemplaza a las velas y los faroles. "Ahora veo que los chicos de 12 años ya están picando verde, langosteando", comenta Primitiva Mamaní (49). Sabe de qué se queja: a los 32 años tenía cinco hijos, y ahora está criando dos nietos. "Debe ser que alguna charla hacerá falta", comenta.

De todos modos, se alegran de que, cuando piden una ambulancia al hospital de Orán, tarde "sólo" dos horas. Los caminos en medio de la selva se volvieron más transitables desde que Techint necesitó mejorarlos para construir el gasoducto.

Los kolla se resistieron poniendo el pecho y después su nombre, en recursos de amparo. Pero la Justicia entendió que la obra no dañaba el medio ambiente. Igualmente, la empresa prometió un resarcimiento económico y un secundario albergue con orientación agraria, que aún no se construyó. "Queremos que enseñen a los chicos a cultivar", reclama Primitiva.

Arenosos o encharcados, cruzados por arroyos con sonar de castañuelas o frenados por ríos que los aliviones convierten en volcanes, torturantes o menos malos, los caminos han visto alejarse a los hombres. "Después de una larga lucha territorial, se han agotado las fuentes de trabajo en la zona", interpreta Fidel Canabiri.

Monedas de dos caras, los caminos vieron llegar a los forasteros. "Es como que viene alguien y nos muestra algo encantado -piensa Fidel-. Yo lo comparo con cuando voy a pescar al pozo, tiro la carnada y vienen todos los peces. Y nos han hecho perder muchas de nuestras tradiciones. No sabíamos que ahí estaba el peligro".

 
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